miércoles, 18 de marzo de 2009

"YA EL CONEJO ME ESRISCÓ LA PERRA"


Se me hace raro escribirte, querido director, poco tiempo después de haberte tenido al lado, en la comida de la que Paulino Rivero, el presidente de Canarias, fue protagonista en el Foro de Nueva Economía en el hotel Ritz de Madrid.

Estabas en otra mesa, te saludé, pero me fui antes de tiempo, porque tenía que cumplir con la familia de un buen amigo, el periodista Julio Alonso, que había fallecido ese mismo día, el último jueves 12 de marzo.


Porque eres un periodista, y un periodista apasionado, todavía en la época en que todo chispea para ti, te contaré algo de Julio que te gustará saber, si no lo sabes ya. Pero a los lectores quizá les venga bien saberlo. Julio fue el autor del Libro de Estilo de El País. Cuando hizo la primera versión, el Libro... era una especie de folletito de color azul, en cuya portada se leía con dificultad una crónica de Juan González Yuste, que era un compañero nuestro de Internacional; ya falleció. Juan escribía con una precisión anglosajona; su literatura periodística era eficaz, inmediata. Julio situó ahí el principio de esa crónica porque esa escritura era ejemplar.Ejemplar como quería serlo el Libro de Estilo.

Entonces, en 1976, hace 33 años, no había en España documentos de ese tipo; El País era un periódico tan joven que aún no había nacido cuando Julio se encargó de hacer ese trabajo, y lo hizo concienzudamente: los rumores no son noticias, las fuentes han de ser contrastadas hasta tres veces, la publicidad y la información han de estar claramente diferenciadas, la opinión no es lo mismo que la información...


Cuando salió el periódico yo era corresponsal en Londres, y me intimidaba tanto aquel Libro de Estilo que llevaba la marca de Julio y de Juan Luis Cebrián, que era el director, y quien lo encargó) que me pasaba el día rectificando mis propias informaciones cuando yo me alertaba a mí mismo de infracciones del dichoso libro.

Guardaba las crónicas desechadas en una caja de zapatos, en una especie de cura de humildad que durante años me hizo mucho bien.

Tú hablabas el otro día de la humildad; pues eso sí que me sirvió a mí para darme cuenta de que no se puede escribir cualquier cosa, de que hay que exigirse si uno quiere exigir; los periodistas estamos muy acostumbrados a pedir perfección..., pero a nosotros nos lo perdonamos todo.


En fin, estábamos en el almuerzo con el señor Rivero y nos hemos ido a Londres a escribir crónicas que nos destrozaba la consulta de las admoniciones del Libro de Estilo de El País.

Tú me perdonarás el excurso. Y en seguida vuelvo a aquel acontecimiento madrileño que ocurría el mismo día en que velábamos a Julio Alonso en el Tanatorio de San Isidro de Madrid.
Me extrañó ver al presidente de Canarias, a quien había visto en Antena 3 por la mañana, con Susanna Griso, tomándose un cortado antes de almorzar; conozco a un poeta colombiano, Darío Jaramillo, que almuerza (o cena) tomando café con leche, así que no me extrañó que, como aperitivo, el ex alcalde de El Sauzal no pidiera vino sino un cortado.

Él me lo explicó: no había desayunado. Entonces me comporté como un idiota, es decir, ese que da consejos en la barra de los bares. Le dije que tenía que cuidarse, que debía desayunar. Yo descubrí el desayuno hace algunos años; me levantaba muy temprano, y me tomaba una cafetera entera, sorbo a sorbo; hasta que un médico me dijo que eso era lo peor que debía hacer.

Ese médico, el doctor Rafael Lozano, lamentablemente desaparecido ya, me habló de las bondades del desayuno, y me dijo qué debía tomar: nueces, té verde, una pieza o dos de fruta, galletas integrales, un yogur... Y desde que sigo ese rito me siento mejor por las mañanas. Recordando aquellos consejos de Lozano (que eran como una receta) cometí la idiotez de decirle al presidente de Canarias que se cuidara, como si él no supiera...


Me tocó al lado de dos empresarios canarios, Bernabé Rodríguez, nieto de alcalde republicano de Santa Cruz, y Enrique Hernandis, a quien conozco, y quiero, desde hace mucho tiempo.

Hernandis habló mucho con José María Segovia, un destacado abogado tinerfeño que vive en Madrid desde hace muchos años, y que es hijo de un admirado corresponsal, José María Segovia también. Y yo hablé bastante con Bernabé y con un diputado nacionalista vasco, Aspiazu, que estaba a la izquierda de Bernabé. Bernabé me estuvo contando algunas historias del periodismo chungo, ese que le ponía a Julio Alonso los pelos de punta, y otras referidas al porvenir de nuestra tierra; ya hablamos mucho de política, demasiado.
Escuchamos a Paulino Rivero, claro; te confieso que mientras le escuchaba me iba preguntando cómo era posible que fueran las tres de la tarde y aquel hombre aguantara allí de pie firme, en la tribuna del Ritz, sin otra cosa que un cortado en el estómago. Hablaba de la reforma laboral que él cree imprescindible, pero ya de eso han escrito ustedes mucho estos días.

Me extrañó que sacara de lo que pasa una propuesta de ese calado, pero él sabrá, él tendrá sus previsiones y sus asesores que le habrán dicho que eso era lo que tenía que decir en esa ocasión tan concurrida, o quizá tú puedas decirme por qué eligió el asunto, que me parece bien, y también por qué no dijo, en su primera alocución, en la lista de gratitudes, que tenía allí al lado a Mariano Rajoy. No te niego que me sorprendió que no hiciera alusión a Rajoy, pero pensé que esas son cosas de la diplomacia y de la política que uno no conoce quizá porque no están en el Libro de Estilo. Pero como tú estás más avanzado en el análisis de estas materias seguro que me lo explicas en dos patadas.


Ah, y dirás: ¿a qué viene ese título, Ya el conejo me esrisco la perra? Ah, es que estoy muy feliz con lo que me acaba de llegar de Tenerife: los dos tomos verdaderamente hermosos, muy bien editados (por el Instituto de Estudios Canarios) del Diccionario ejemplificado de canarismos que han cuidado Cristóbal Corrales y Dolores Corbella.

Y ahí he encontrado palabras que son como charcos en los que uno se zambulle para reaparecer en la infancia. Cómo hubiera disfrutado mi madre escuchando vocablos que ella decía, y que están aquí, ejemplificados y nítidos, como esa misma palabra esriscar. Ya el conejo me esriscó la perra. Ahí ves al conejo corriendo y la perra detrás, y la perra esriscada.


Seguro que en muchas ocasiones estos días, y siempre, habrás tenido en la cabeza esa frase. Pues ahí te la brindo, por si quieres usarla en algún editorial.


Uf, 1146 caracteres, qué carta tan larga. Perdona: se me fue el baifo.



JUAN CRUZ RUÍZ, PUBLICADO EN LA OPINIÓN (SANTA CRUZ DE TENERIFE), 15/03/2009.

http://www.diariodeavisos.com/diariodeavisos/content/259604/


1 comentario:

CHOPINGO dijo...

Lo unico que resltaria es el nombre de presidente.
¿ El no es Mencey de Canarias?

Lo demas,,no me sororende nada.

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