viernes, 5 de diciembre de 2008

LA VIDA DE MI ABUELO MATERNO PEDRO MARTIN HERNANDEZ Y CASTILLO

Valores humanos

de mi pueblo:

Don Pedro Martín

Hernández y Castillo /

Ismael González G.



Don Pedro Martín Hernández y Castillo —más conocido como don Pedro Castillo, o como “tío Pedro” en el seno de mi familia—, era hermano de mi abuela materna, tío de mi madre, Víctoria Pérez Martín —más conocida como Victoria Castillo— y, por tanto, tío-abuelo mío.


Como bien dice el autor del artículo que sigue, tío Pedro nació y se crió en El Paso, y pasó también en El Paso la mayor parte de su vida, concretamente hasta, si recuerdo bien, abril de 1949, cuando con su esposa —tía Nila— e hijas se fue a vivir a Santa Cruz de Tenerife (yo viajé con ellos en la que fuera mi primera salida de La Palma) y no regresó más a El Paso. Murió en Santa Cruz de Tenerife el 11/06/1963.


Las fotos aquí incluidas son de mi colección personal. Una, del libro que tío Pedro me regaló, dedicado por él, el 19/07/1961, exactamente el día en que salí de Tenerife rumbo a Venezuela. La otra, tomada con mi cámara un domingo de abril de 1958.


Carlos M. Padrón

***

Ismael González G.
(Artículo publicado en el Diario de Las Palmas, Canarias, el 24/03/1972)..


En la isla de San Miguel de La Palma, entre el jugueteo de la brisa lánguida que se despeña desde las cumbres pasenses para lamer la policroma flor del almendro exuberante, nació don Pedro Martín Hernández y Castillo. Apenas si traspuso los umbrales del perímetro insular; creo que no. Nació, creció y vivió en su pueblo de El Paso, hasta avanzada edad. Murió fuera de los límites geográficos donde discurrió su vida en una perseverante actividad ilustrativa a la que se entregó avaramente.


En su persona coexistía una concreción de elementos para, por su medio, impartir y difundir cultura, hasta lo inconcebible, en el campo de las Ciencias y las Artes, a pesar del reducido espacio y medio disponible al quehacer de su autodidacta instrucción.


Con un despliegue ancho, encaminado a la docencia, con vocación de pedagogo monacal, estudioso y sapiente, y con una voluntad sin límite puesta al servicio de sus discípulos, operaba en el campo abierto de su magisterio, e iba inculcando el máximo de rendimiento de las enseñanzas que prodigaba.


Aunque se haga condensada y someramente, es imposible circunscribir al reducido espacio de una croniquilla de ochocientas o mil palabras la magnitud de la obra de don Pedro Martín Hernández y Castillo —conocido como don Pedro Castillo— como hombre múltiple, inmerso totalmente en la trayectoria de su vida, en ese oleaje de mar agitado por las distintas facetas que presentaba y producía su magisterio.


La cabeza leonesa, de pelo revuelto y abundante, sobre una frente ancha, despejada y despierta, y una mirada aguda que profundizaba en el examen de su curiosidad intuitiva, escudriñando más allá de nuestros deseos cuando sosteníamos con él un cambio de palabras o conversación encaminada siempre al buen provecho de sus enseñanzas. Fue maestro, en el amplio concepto de la palabra; pedagogo nato, literato, compositor y músico.


Foto que aparece en el libro “Notas Canarias o Espejo de la Vida”.

Era de una percepción diáfana cuando la necesidad o el caso lo empujaban a imbuirse en ello. Poseía una extraordinaria memoria, y en su inmenso archivo computaba y seleccionaba la correlación de sucintos hechos de su vida que, a veces, aireaba adobados con la fértil y viril verborrea de que era poseedor.


No sabemos —o, por tal, no sé yo— que, con la seriedad y la serenidad que el asunto amerita, se haya tomado en cuenta el sacar del anonimato la personalidad innegable de don Pedro Castillo, para elevar su obra al nivel de paralelismo en que merece estar.


No es aventurado pensar y decir que, en todo el lapso del vocacional magisterio de don Pedro, un elevado número de jóvenes pasenses le deben en parte su acceso a la cultura universitaria, mientras que otros, los más, le deben el haber sido rescatados del analfabetismo en que estaban inmersos.


Y se da la particularísima circunstancia de que, intrínseca e íntimamente unidos, don Pedro Castillo y su esposa, doña Petronila González Guélmez —conocida como doña Nila—, compartían el magisterio, por lo que, a más de los varones, también las hembras pasenses desde hace setenta y hasta treinta años, más o menos, fueron en gran parte ilustradas en las exquisitas enseñanzas de pintura y labores decorativas del hogar bajo la tutela de doña Nila, de quien se hace necesario un cometario aparte por ser también esta abnegada maestra otro más de los valores humanos de mi pueblo.


Tía Nila, tío Pedro y Carlos Padrón. Foto tomada frente a la iglesia de San Agustín, en La Laguna (Tenerife).


Ha dicho Pedro Hernández, el sensitivo poeta y escritor llanense, que el día que se piense en serio hacer una antología de poetas palmeros habrá que tener en cuenta a don Antonio Pino Pérez. Muy bien, pero, ¿y no sería asimismo loable tener en cuenta también a don Pedro Castillo?.


Creemos —creo yo, digo— que don Pedro, este otro genial pasense, tiene producida suficiente obra para que se le tome en cuenta, en consideración a las diversas facetas de su personalidad artística como músico, y hasta musicólogo, orador, escritor y poeta, y por su vasta actuación en el peregrinaje de su magisterio, que abarca desde sus años mozos hasta casi los últimos días de su vida. Por todo, bien merece don Pedro Castillo una página señalativa, con algunos de sus conceptuales y sonoros poemas, en la inminente composición de esa antología de poetas palmeros que, a no dudar, alguien idóneo ha de abocarse al trabajo de darle luz.

Su libro “Notas canarias o Espejo de la Vida” nos da una idea somera de la sensibilidad que poseía don Pedro, aunque luego, en la madurez de sus años, se robustecen su actitud y sus facultades poéticas y literarias. Del mencionado libro extraemos algunos fragmentos que señalan indefectiblemente la sutil exquisitez del vate. Dice:


Por el amor que siento a la Belleza,
a las Artes y Ciencias, lo sublime,
y a todo lo que al hombre lo redime

y le lleva a un estado de grandeza.

Y, más adelante, prosigue:

Cuando el alba en sus célicos fulgores
del Sol anuncia su primer destello,
extático te admiro entre lo bello,
henchido de alegría en tus amores.

Por lo limitado del espacio periodístico no puedo extenderme en la reproducción de fragmentos emotivos captados en su libro, pero, en verdad, existe material abundante para el comentario halagador hacia este poeta palmero, don Pedro Martín Hernández y Castillo. Sea, pues, este escrito un humilde homenaje a aquel perseverante inculcador de cultura, y uno más de los valores de mi pueblo.

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