domingo, 23 de noviembre de 2008

¿Es la música el lenguaje capaz de atravesar barreras entre especies?

Angela Posada-Swafford


Imagine que es usted una ballena nadando en la inmensidad del mar. Si escuchara de repente las notas de un clarinete, ¿cómo reaccionaría?


David Rothenberg ha viajado por todo el mundo para hallar la respuesta. Su vida entera transcurre en una especie de neblina perpetua, ya que la luz no penetra muy hondo en el mar, y el plancton a veces es tan denso que oscurece hasta el día más soleado.


ballenmusica

Nadando bajo el agua usted no puede ver a sus compañeros de grupo, pero sí los puede oír. Y los sonidos que produce, que son capaces de viajar miles de kilómetros, se convierten en su única manera de decir “aquí estoy” en la inmensidad del océano.

Si usted fuera una ballena y escuchara de repente las notas de un clarinete, ¿cómo reaccionaría? ¿Sentiría curiosidad y se acercaría al sonido? ¿Jugaría con el ritmo que produce el músico, imitándolo? En otras palabras, ¿intentaría comunicarse con él?


Esas fueron algunas de las preguntas que se planteó el compositor, filósofo y escritor estadounidense David Rothenberg, autor del libro Thousand Mile Song (“El canto de las mil millas”) y de su CD musical. Y para intentar responderlas, decidió emprender una serie de viajes a Hawai, Rusia y Canadá con el objetivo de sumergir un hidrófono en el mar, colocarse unos audífonos, sentarse en las rocas de la costa, y tocar el clarinete, en vivo y en directo, para las ballenas,.…y esperar su respuesta.


thousan mile song

Los resultados fascinantes de estos viajes y grabaciones, en los que aparecen ballenas jorobadas, cachalotes, orcas y hasta belugas, los contará y demostrará el mismo Rothenberg las noches del 26 y 27 de noviembre durante sus dos intervenciones en CosmoCaixa Madrid y Barcelona, respectivamente.

Los Pavarottis del mar

Qué sucede dentro de la mente de una ballena es un enigma que apenas hemos comenzado a investigar. Antes de los años 60 nadie sospechaba la existencia de los cantos de las ballenas. Pero su descubrimiento nos obligó a confirmar la posibilidad de la existencia de inteligencia en los océanos. Poco después, Scott McVay y Roger Payne hicieron un descubrimiento aún más sensacional: las ballenas jorobadas, en particular, no sólo cantaban, ¡sino que rimaban sus canciones! De la misma manera que un compositor humano juega con las sílabas, el tono y el ritmo, estos Pavarottis de los mares se las arreglan para componer brocados de notas con sentido musical que anualmente varían y remiendan con lo que parecería una intención bien calibrada.


¿Cuál es el objetivo de estos arreglos musicales? Se ha propuesto que es una herramienta de apareamiento. Pero entonces, ¿por qué nunca se ve a una hembra acercarse a un macho que canta, siempre suspendido cabeza abajo? Y, ¿cómo producen estos formidables sonidos, si nunca se ve salir de su cuerpo una sola burbuja durante el canto?



“Mi misión es cruzar la barrera del sonido entre las especies”, dice Rothenberg. “Y quiero pensar que en más de una ocasión, noté que por lo menos una ballena respondía a las notas de mi clarinete, imitándolo”. Esto es especialmente evidente en la canción “Beluga no Believe in Tears”, del CD que acompaña al libro, que fue grabada con las belugas de la Isla de Solovetski, en Rusia, y que se puede escuchar aquí. Igualmente impresionante es el diálogo entre el clarinete de Rothenberg y dos jorobadas, Never Satisfied.



Escribe Rothenberg: “Hacer música junto con aquellas especies con las que uno no puede hablar es una forma de cruzar barreras culturales. No porque la música sea un idioma universal, sino porque es una forma de comunicación fluida y emocional, capaz de hacer uso de sonidos desconocidos. Es posible que personas de distintas partes del mundo, y hasta de especies diferentes, puedan producir sonidos nuevos. Y creo que esto es una herramienta muy poderosa para la ciencia a la hora de entender la vocalización de las ballenas”.



Ruido submarino


Volvamos ahora a la hipótesis de si usted fuera una ballena. Está escuchando con atención, esperando detectar a las ballenas de su especie, pero sólo puede oír el intimidante tráfico marino. Es como intentar escuchar una canción melodiosa en medio de una radio fuera de onda a alto volumen. Esta cacofonía de ruidos mecánicos constantes es mucho más fuerte que los demás sonidos naturales del mar y está entre las pocas cosas que lo asustan y lo confunden.



Usted cierra los ojos y escucha los sonidos que conoce de memoria, que le vienen amplificados porque el mar es la mayor cámara de resonancia del mundo: el trueno de los buques de pasajeros, el espeluznante retumbar metálico de los gigantescos contenedores comerciales, el zumbido ronco de los camaroneros, el tenue ronroneo de los submarinos que trataban de pasar desapercibidos, el temblor subterráneo de los portaaviones gigantes lanzando sus aviones y misiles,… Últimamente hay otro ruido que le desespera: los experimentos acústicos de las fuerzas navales de algunos países, que consisten en lanzar pulsos de sonido a 235 decibelios, tan intenso como los motores de un cohete lunar.



Y al nacer, el primer sonsonete que escuchó en su vida no fue la voz de su madre sino el de algún buque de carga que cruzaba el Canal de Panamá. A veces usted se pregunta cómo sería el océano de sus tatarabuelos, cuando no existían todos esos ruidos y, gracias a condiciones especiales de temperatura y salinidad, las llamadas de las ballenas azules podían viajar de un polo al otro.


La contaminación que genera el ruido submarino le da una urgencia especial a experimentos como los de Rothenberg, que buscan explorar la comunicación entre especies. Y también acentúa la hermosa frase de Roger Payne: “Eso es lo que hacen las ballenas: le dan una voz al océano”.


MUY

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