domingo, 30 de noviembre de 2008

GORILAS

Familia de gorilas



Escrito por: Mark Jenkins

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Foto de Ian Nichols


En presencia de gigantes


Gritos resonantes y rápidos golpes en el pecho anuncian a un patriarca en el triángulo de Djéké del Congo. Kingo y su familia de gorilas de las tierras bajas occidentales han permitido que los investigadores observen su conducta en la intimidad.


Esta es la historia de una familia sin igual: el monstruoso patriarca solitario y sus cuatro esposas, cada una con su propio hijo, y la huérfana de madre, George, son 10 seres íntimamente unidos, en su propio mundo, viviendo cada largo día en un paisaje barroco, sofocante, donde pululan bichos y mariposas. Conozca a las cuatro compañeras del macho: Mama, Mekome, Beatrice y Ugly. Mama quizá sea la matriarca dominante, pero Mekome es la favorita del patriarca, y todos lo saben. Beatrice, bondadosa y benévola, de buena gana lo ignora todo. Por último, Ugly es antisocial; evita a toda la familia. Cada madre se dedica por completo a proteger y estimular a sus propios vástagos. Mama y Mekome tienen crías pequeñas, Kusu y Ekendy, compañeros de juego que constantemente hacen travesuras. Beatrice y Ugly tienen recién nacidos a los que llevan a todas partes: Gentil, alerta y curioso, y Bomo, de largas extremidades.


Hoy, como todos los días, el patriarca de anchos hombros se alimenta solo. A nadie se le permite estar cerca de él cuando come. Es mediodía, el calor y la humedad son sofocantes. Unas abejas sin aguijón zumban cerca de sus oídos, las moscas cubren su alimento, pero él no lo nota. Se sienta con su abultado vientre sobre los muslos, mastica como un rumiante y mira a su alrededor con una expresión aburrida. Después del almuerzo, es hora de la siesta. Se recuesta en la sombra calurosa, extiende sus poderosos brazos, inhala profundamente, expande su musculoso pecho, y en un instante se queda dormido. Mekome hábilmente se desliza cerca de él y se acuesta. Beatrice alegremente comienza a amamantar a Gentil; la distante Ugly alimenta a Bomo; George se pone cómoda sola, y las crías empiezan a jugar. Kusu y Ekendy son demasiado jóvenes como para tomar la siesta. Mientras sus madres dormitan, los medios hermanos retozan cerca de su padre, que ronca. Se persiguen incesantemente, se tiran uno al otro y dan volteretas, luchan, gritan y ríen. Cuando su desenfrenada diversión se acerca demasiado al durmiente papá, él gruñe y ellos se alejan corriendo, pero su enorme magnetismo pronto los trae de regreso. Cuando el semental finalmente se despierta, lleva a su familia a dar un paseo por el bosque. Las crías permanecen junto a él, imitando cada uno de sus movimientos. Sus parejas lo siguen detrás. Cuando él se detiene o avanza, ellos también lo hacen. Kingo, un gorila de espalda plateada de 150 kg, es realmente el rey de la selva.



KINGO Y SU FAMILIA son gorilas de las tierras bajas occidentales que viven cómodamente en una extensión de selva protegida que abarca las fronteras de la República del Congo y de la República Centroafricana. Protegido por el Parque Nacional de Nouabalé-Ndoki, al oriente, y el Parque Nacional Dzanga–Ndoki en la República Centroafricana, al occidente, el territorio donde viven es una de las últimas grandes regiones de selva tropical virgen que quedan en la cuenca del Congo. Aun así, los bosques cercanos han sido talados, lo que a menudo abre el acceso a los cazadores furtivos que matan a los gorilas para obtener su carne. Sin los esfuerzos de Diane Doran-Sheehy, una profesora de antropología de la Universidad Estatal de Nueva York Stony Brook, la selva de Kingo ya habría desaparecido.



Desde 1995, Doran-Sheehy ha pasado hasta seis meses al año estudiando a los gorilas. La zona que eligió fue parte de una concesión de tala de árboles, pero en 2004, en colaboración con la Sociedad para la Conservación de la Vida Salvaje, ayudó a persuadir a la compañía de productos forestales Congolaise Industrielle des Bois a cederles a los gorilas 100 km2 de selva, llamada el triángulo de Djéké. Durante su primer año, con becas de la Sociedad National Geographic y la Fundación Leakey, Doran-Sheehy estableció el Centro de Investigación de Mondika, cerca del río Mondika, y contrató a un equipo de pigmeos baka de la República Centroafricana para encontrar a los animales y observarlos. Al contrario de los gorilas de montaña de Virunga, que suman menos de 700, los gorilas occidentales habitan en las selvas pantanosas, a unos 100 metros sobre el nivel del mar. (Los gorilas se clasifican en cuatro subespecies: de montaña; de las tierras bajas orientales, o de Grauer; de Cross River, y de las tierras bajas occidentales; más los de Bwindi, una subpoblación de gorilas orientales). Nadie sabe cuántos hay, pero han disminuido a un ritmo alarmante. Devastados por el virus ébola y restringidos por la pérdida de su hábitat, su población quizá se haya reducido más de la mitad desde los años noventa, cuando las estimaciones sugerían que se componía de alrededor de 100 000 ejemplares. En septiembre de 2007, su situación se modificó de especie en peligro de extinción al peligro crítico de extinción. Aun cuando todos los individuos que se encuentran en los zoológicos del mundo son gorilas occidentales, poco se sabe acerca de su conducta en la naturaleza.



Doran-Sheehy vino a la cuenca del Congo a averiguar la manera en que la búsqueda de alimento conforma la conducta social de los gorilas; supuso que los de las tierras bajas occidentales debían consumir una dieta distinta a la de sus primos en las montañas. Los gorilas de montaña tienen pelo largo, grueso y de color negro para mantenerlos calientes en el clima frío, mientras que los de las tierras bajas occidentales tienen pelo corto y delgado que, en la cabeza, puede ser de color pardusco a rojo brillante.



Criaturas tímidas y muy cautelosas, los gorilas esquivan los encuentros con los seres humanos, uno de sus pocos depredadores naturales. Pero para estudiarlos, usted debe poder observarlos. Y para observarlos tiene que acostumbrarlos a su presencia. Se requirieron seis largos años para que Doran-Sheehy y su equipo simplemente localizaran y observaran a la familia de Kingo, a cuyos miembros les dieron nombres. Les tomó otros dos años ganarse la confianza de la familia. “La habituación no podría haberse logrado sin los rastreadores baka –dice Doran-Sheehy–. Ellos conocen la selva, entienden a los gorilas, y sus destrezas como rastreadores son impresionantes y esenciales”.



Patrice Mongo, un infatigable investigador congolés con una maestría en Antropología, es el director de campo en Mondika. Él supervisa las actividades diarias de los rastreadores baka, y tiene una fe casi mística en sus habilidades.


“Evolucionaron en la selva –dice en una noche en el campamento de Mondika, espantando con la mano a unas hormigas voladoras en la titilante luz de una vela–. Pueden ver, olfatear y oír cosas que nosotros no podemos”. Mongo, de 38 años de edad, explica que la palabra kingo significa “voz” en mbenzele, la lengua de los rastreadores de Mondika. “Al principio de la habituación, incluso sin verlo, los rastreadores pudieron distinguir sus vocalizaciones particulares de las de otros espalda plateada en la zona. De esa manera nos acercamos por primera vez a Kingo. Tenía un rugido muy particular, emitido desde lo más profundo del pecho”.



Doran-Sheehy pronto confirmó, como sospecharon ella y otros que la precedieron, que la dieta de los gorilas occidentales y la de los de montaña difiere de manera radical. Estos últimos comen principalmente hierbas. La dieta de los gorilas de las tierras bajas occidentales es más diversa, ya que se compone de frutas, hojas y hierbas. También consumen termitas, así como hojas de ngombe de color verde, y la corteza de sus árboles favoritos. Durante ciertas épocas del año, los gorilas occidentales son prácticamente frugívoros; buscan manjares de la selva, como bambu, una fruta de color rojo con semillas, del tamaño de un durazno, o mobei, una fruta grande de color amarillo que se parece a una piña. En esas épocas, la fruta puede constituir de 60 a 70 % de su dieta.



En busca de sus frutas favoritas y otros alimentos, los gorilas occidentales típicamente recorren alrededor de dos kilómetros al día, una distancia casi cuatro veces mayor que la que recorren los de montaña. Doran-Sheehy ha observado que esta búsqueda extensa conforma la dinámica familiar. Los gorilas de las tierras bajas occidentales son más independientes que los de montaña. Si bien muestran cariño entre sí, se acicalan con poca frecuencia, no tienen mucho contacto físico, y cada individuo pasa un tiempo considerable solo. Eso significa que las hembras, e incluso los jóvenes, a veces pueden estar relativamente lejos de la seguridad del espalda plateada, lo que en ocasiones le dificulta a Kingo proteger a su familia.



ESTA MAÑANA LOS RASTREADORES se mueven rápidamente por la selva; con elegancia, eluden enredaderas y saltan raíces como lo han hecho toda su vida. “Pueden descubrir una hoja torcida en una pequeña planta –me había dicho Doran-Sheehy–, y con base solamente en este dato, determinan la dirección que tomaron los gorilas”.


Sigo los pasos del rastreador de mayor edad. Repentinamente se detiene, se arrodilla, recoge una hoja y señala hacia el suelo. Hay una huella de nudillo apenas visible en la tierra húmeda. El rastreador empieza a chasquear la lengua suavemente. Otro responde con tres chasquidos de intensidad creciente.



Este es un lenguaje simple que los investigadores de gorilas crearon para anunciarles su presencia. El chasquido de la lengua le dice a Kingo y su familia, “sólo somos nosotros, las mismas criaturas extrañas que ven todos los días, las que no les harán daño, no tomarán su comida ni raptarán a sus hembras”.


Los rastreadores baka siguen múltiples senderos comunicándose por medio de tenues chasquidos. Luego de 10 minutos, todos han convergido en un sendero, trotando en fila india. Quince minutos más tarde, han encontrado a los gorilas. La familia se encuentra 30 metros arriba, en un árbol, desayunando. Kingo está cómodamente arrellanado en la unión de dos ramas grandes, donde arranca las hojas de los árboles para comerlas con fruición, como si fueran dulces. Kusu y Ekendy corren intrépidamente por encima y por debajo de una rama como si sólo estuvieran a un metro del suelo.



Las dos crías jóvenes, aunque buscan alimento para sí, aún toman leche materna. Cada una tiene alrededor de dos años de edad, y no empezarán a alcanzar la madurez sino hasta los 11 o 12 años. Para entonces, lo más probable es que aún no tengan pareja y vivan solos en la selva, esperando el momento de iniciar su propio harem. Las hembras alcanzan la adultez a alrededor de los siete u ocho años, y comienzan a buscar una pareja. Calcular la edad de Kingo es como intentar resolver un acertijo, pero Mongo cree que tiene alrededor de 25 a 30 años. Si los gorilas de las tierras bajas occidentales y los de montaña viven casi el mismo tiempo, Kingo deberá vivir alrededor de 35 años. “Todavía hay mucho por investigar”, dice Mongo, en voz baja. Se desconoce la edad de las hembras, excepto por George, que tiene unos ocho años de edad (y que fue confundida con un macho cuando era pequeña, de ahí su nombre, al cual el equipo se acostumbró). George, la única adolescente, es la hembra de menor rango, una posición nada envidiable. Su madre, Vinny, posiblemente al sentirse desatendida en el aspecto sexual (puede ser difícil, incluso para el espalda plateada más viril, satisfacer a un harem), siguió el ejemplo de la primera compañera que se separó de Kingo, Ebuka, quien se marchó en 2005 y trató de buscar un compañero que le prestara más atención. Una vez que se fue Vinny, Beatrice cuidó de George. Pero cuando nació Gentil, Beatrice volcó su atención en el recién nacido.



Las hembras por lo general paren una sola cría tras ocho y medio meses de gestación y la alimentan durante tres o cuatro años. Cuando terminan de amamantarla, están listas para volver a aparearse. La mortalidad de las crías puede ser de hasta 50 % (todas las parejas conocidas de Kingo han perdido por lo menos una cría); cuando un hijo muere, la madre reanuda su ciclo de estro de inmediato. Así fue como Ugly quedó embarazada apenas dos meses después de que Samedi fue aniquilado por un leopardo. Una vez que Kingo ha consumido toda la comida que, con pereza, puede alcanzar, decide comenzar el descenso: toma una liana del grosor de una guindaleza y se desliza hacia el vacío como un bombero. En minutos, el resto de su clan, uno por uno, ha bajado por la resistente enredadera.



Su trayectoria por la selva es desalentadoramente errática. A la izquierda, a la derecha, de nuevo a la izquierda; Mongo registra cada cambio de dirección en un dispositivo GPS. Sin embargo, Kingo sabe adónde va, y pronto llega a su destino, un gigantesco árbol del género Gambeya. Es el final de la temporada seca, y hay poca fruta bambu en el terreno. Kingo desgarra un pequeño globo de color rojo, mastica la pulpa, desecha la cáscara. Kusu, muy cerca de él, toma la cáscara y la roe. Avanzan despreocupadamente por la selva comiendo hierba cuando George descubre una fruta mobei en el suelo. Con hambre, empieza a mondarla con los dientes mientras se mantiene en silencio para escabullirse de sus parientes. No tiene suerte.




Kingo, siempre pendiente de la comida de cualquier clase, olfatea la fruta o escucha a George comiendo. De inmediato, él manifiesta su enfado y brama. George se encoge, y él la derriba y le arrebata la fruta de la mano. George gime y se escabulle mientras Kingo se echa al piso sobre su estómago gordo, apoya los codos en el suelo y come. “La comida es todo para Kingo”, susurra Mongo. Comer, dormir, desplazarse. Comer, dormir, desplazarse. Esa es la vida de un gorila.



El territorio total de la familia de Kingo es de alrededor de 15 km2; algunas zonas se superponen con los territorios de otras familias de gorilas. Al menos otros nueve grupos habitan secciones del sitio donde vive Kingo. Los gorilas de las tierras bajas occidentales no son territoriales, y sus encuentros relativamente frecuentes con otros grupos de gorilas a menudo son sorprendentemente pacíficos. En contraste, los grupos de gorilas de montaña casi siempre son agresivos con otros; se golpean el pecho, gritan, y atacan. Doran-Sheehy ha demostrado que los machos dominantes en las familias de gorilas occidentales podrían estar emparentados (como hermanos, medios hermanos, o padres e hijos), lo que tal vez ayude a explicar su notoria tolerancia con los demás.



Por la tarde, Kingo se desplaza rápidamente. Se mueve de manera tan veloz que lo perdemos. Pero los rastreadores no están preocupados. Saben adónde va Kingo: al pantano. A la mañana siguiente tardamos dos horas en alcanzar a los gorilas. Las huellas descienden hacia estanques de agua de color verde y cieno, en el que nos hundimos hasta la entrepierna, por debajo de un techo de lianas llenas de espinas. Aun así, cuando finalmente llegamos a un claro, es una escena tan idílica como la selva misma.



Mariposas del tamaño de aves revolotean en el brillo del sol; arañas tan grandes como la mano de un niño se asolean en las raíces; las ranas cantan, las libélulas surcan el aire rápidamente, los bichos zumban y se escuchan los trinos de toda clase de aves. Justo en medio está Kingo. Se encuentra sumergido hasta el pecho en una laguna, tirando de las raíces fibrosas de hierbas del pantano kangwasika, lavándolas en el agua, y después succionándolas como si fueran espagueti. No podría estar más contento.



En realidad, toda la familia parece complacida. Por supuesto, ninguno de ellos puede acercarse a Kingo, pero cada uno ha encontrado su propio lugar en la luz del sol. Ugly está a cierta distancia, cargando con delicadeza a Bomo, como si estuviera a punto de bañarlo. Kusu y Ekendy se oyen pero no se ven, chocando alegremente por los juncos. George no se ve ni se oye. BeatriceMekome avanza seductoramente hacia el estanque de Kingo, y Mama está trepada en un árbol comiendo termitas con destreza. amamanta tranquilamente en su propio pedazo sereno de pantano.



Simplemente, son una gran familia feliz.



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