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López Aguilar estaba obsesionado por obtener un aval muy amplio a su candidatura y a su propuesta de comisión ejecutiva y por eso se empleó a fondo visitando a los secretarios generales insulares y descendió incluso desde su Empíreo para materializarse en las agrupaciones socialistas de La Laguna y Santa Cruz y separar los buenos compromisarios de los malos socialistas. Finalmente consiguió en el congreso un 75% de los votos, que no está nada mal, pero que representan veinte puntos porcentuales menos que los obtenidos en el congreso extraordinario. La minoría fue demasiado débil para articular una verdadera facción opositora, no se diga para presentar un candidato alternativo. La minoría, mayoritariamente tinerfeña y gomera, reprochaba incluso a Saavedra sus declaraciones posveraniegas sobre la existencia de un candidato, una torpeza táctica asombrosa en el alcalde de Las Palmas. Ni Blas Trujillo ni Casimiro Curbelo aceptaron semejante honor. Pero la arrebatiña por cuotas en la comisión ejecutiva podría ser aprovechada por los minoritarios para dejar a la nueva dirección de López Aguilar con poco más de un 50% de apoyos. El secretario general, ligeramente espantado, comenzó a ceder a toda velocidad, y ya en la tarde del sábado formaban parte de la candidatura Aurelio Abreu, José Luis Delgado o Fidela Velázquez (la inclusión del grisáceo Carlos González Segura fue un exótico fruto de las presiones amistosas de Pedro Zerolo). El hueso gomero, sin embargo, fue bastante más duro de roer.
Casimiro Curbelo exigía que Julio Cruz, su embajador plenipotenciario en Tenerife, continuara a los mandos de la Secretaría de Organización. Era su única condición, pero una condición inamovible. López Aguilar había diseñado un núcleo duro bajo el criterio básico de arropar a José Miguel Pérez García, presidente del Cabildo de Gran Canaria, en el que tiene puestas todas sus complacencias, sin excluir la candidatura presidencial socialista a las elecciones autonómicas de 2011. A Pérez García y López Aguilar les aproxima su escasa experiencia entre lo que antes se llamaba la puta base del partido y su condición de docentes universitarios. Y por encima de tan felices coincidencias, al secretario general le complace como aliado y virtual sucesor un dirigente de color entre blanco y sepia, pésimo orador, desprovisto de cualquier carisma y tan brillante y seductor como una mesa de formica. En su diseño, López Aguilar había reservado la Vicesecretaría General para Pérez García, la secretaría de Organización para Francisca Luengo y una Presidencia estrictamente ornamental para Teresa Noreña, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de La Laguna y vieja amiga del presidente del Cabildo grancanario. Durante varias horas el secretario general se negó a ceder ante Curbelo. Los gomeros llegaron a amenazar con abandonar el congreso. La solución, ya en la madrugada del domingo, vino de la ingeniosa facundia de Santiago Pérez, quien mencionó un nombre: Gloria Gutiérrez. Ni grancanaria ni gomero, ni lo tuyo ni lo mío. Y los gomeros aceptaron. Aceptaron porque Gloria Gutiérrez es medio gomera (tuvo un papel muy discreto pero destacado en las mociones de censura que proporcionaron el poder a los socialistas en Valle Gran Rey y se lo devolvieron en San Sebastián) y porque López Aguilar se comprometió a que la dirección regional defendería a muerte a Casimiro Curbelo en los amargos tránsitos judiciales que se le avecinan. Para hermosear el acuerdo se le concedió una Vicesecretaría General a Julio Cruz, flamante aunque hueca o quizás viceversa. Santiago Pérez se mostró particularmente satisfecho y tenía razones para estarlo.
De hecho, los muñidores de la comisión ejecutiva, al servicio del secretario general, fueron Santiago Pérez y Arcadio Díaz Tejera, con el diligente y eficaz concurso de Sandra Rodríguez. No encontraron otra fórmula que duplicar las dimensiones de la dirección para satisfacer a barones insulares y dirigentes locales sin dejar rodeado a López Aguilar. La satisfacción de Santiago Pérez, sin embargo, debiera admitir matizaciones. Gloria Gutiérrez, en efecto, accedía a la Secretaria de Organización, pero ni la diputada es una santiaguista convicta y confesa ni, sobre todo, cabe olvidar que se le ha sustraído el control directo de la acción electoral y las finanzas del PSC, ahora en manos de un histórico resucitado, Sebastián Franquis. Supone una táctica tradicional desde la dirección del PSC (en su día ya la practicó Saavedra) neutralizar al secretario de Organización sustrayéndole las competencias en materia de finanzas, administración y organización electoral. La agrupación socialista de Las Palmas exigió su cuota y fue apoyada por los socialistas de San Bartolomé de Tirajana, que a su vez colocaron a Pilar Grande. Chano Franquis mantiene unas magníficas malas relaciones con José Miguel Pérez, conocido como El Mudito por su natural lacónico y su solipsismo político, y es un encallecido aparatista dotado de una paciencia infinita. Es lo que ocurre cuando uno posa como heroico regenerador de la patria y termina cediendo a todas las presiones y asumiendo la casposa metodología del cambalache para conseguir que le aprueben con suficiente amplitud (“tenemos garantizado el 75% por ciento?”, “¿lo tenemos o no?”) una comisión ejecutiva tan hinchada como poco operativa, tan poco cohesionada como preñada de desconfianzas y escepticismos.
De lo que no se privó el reelegido secretario general fue de su demorado castigo a Jerónimo Saavedra. Uno de los espectáculos más bochornosos del Congreso del PSC-PSOE lo ofreció la intervención de Díaz Tejera ante el plenario, lanzado a una catalinaria pringosa contra el alcalde de Las Palmas. “Mírame a los ojos, Jerónimo”, tronaba un individuo que solo ha aportado al PSC ambición personal, una ordinariez chachona que se hace pasar por simpática campechanería y la evidencia de que las grasas polisaturadas no impiden una carrera política. Apenas dos días después, López Aguilar acusaba a Saavedra, sibilinamente, de haber conspirado contra el partido socialista, tal y como en su día Stalin descubrió, justo a tiempo, que Bujarin pretendía destruir la Unión Soviética. Para que el exterminio fuera completo López Aguilar ha impedido que Jerónimo Saavedra, Juan Carlos Alemán o Francisco Hernández Spínola formen parte del comité regional de los socialistas canarios. Y lo más disparatado: ha metido en la comisión ejecutiva, al tiempo que aniquilaba al alcalde de Las Palmas, a su concejal de Urbanismo, Néstor Hernández, abriendo un nuevo frente de tensiones y desconfianzas en el ayuntamiento de la capital grancanaria, buque insignia del PSC en el mapa del poder institucional del Archipiélago. López Aguilar ha terminado por evidenciar en el IX Congreso del PSC los componentes básicos de su personalidad política: el precio de su arrogancia a pagar por el partido en incómodos plazos, su recurso al pragmatismo más sobado y más sobón, su sectarismo desatado con quien puede permitírselo. Más aún que en los congresos del Partido Popular y de Coalición Canaria, la realidad de las Islas, en un contexto de una crisis económica espeluznante, no mereció una sola aportación, un análisis solvente, una panoplia de propuestas concretas, viables, exigentes. Solo la promesa de ganar las próximas elecciones autonómicas. Solo la estafa política e intelectual de suponer que en los votos están todas las razones necesarias para legitimar un liderazgo y avalar una estrategia encerrada en sí misma.
PUBLICADO EN EL DIARIO DE AVISOS DE HOY
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